
Tyronmex y Vito
Sí, mi abuelo tenía las manos martirizadas y un poquito el alma, la de un niño que quedó huérfano de padre desde muy pequeño y tuvo que dejar la primaria para entrar al amasijo de la panadería de su tío y así poder llevar la carga de una madre y una hermana, compartida entre los hombros junto con el cesto gigante de pan fresco tambaleando sobre su cabeza todas las tardes.
Fue así un día sin importancia que conoció a la rubia con cachetes de polvorones cachispeados de colores y boquita de manzana caramelizada, la señorita Elvira Flores que nomas bastó verlo para que se propusiera como de vida o muerte conquistar el amor de quien según ella, era la versión de Tyrone Powel en mexicano y por supuesto mejorado. De ahí que mi personaje se llame Tyronmex.
La señorita que por su parte venía de pasar los primeros años de su vida al cuidado de las monjitas, no paró hasta conquistar por completo al artista de cine de sus sueños.
Durante sus años de claustro, había desarrollado la rebeldía necesaria para contradecir a su familia y otras raras manías como las de bañarse con el agua helada, que por cierto, sin saberlo, le mantuvo el pellejo bien pegadito al hueso. El encierro con las monjas le marcó un indescriptible afán por vivir la vida, siempre con alegría, agradeciendo cada segundo que no tendría que pasar más en el convento y que contagiaba a todos aquellos que se la topaban más o menos como los zombis que muerden a los buenos en las películas.
La rubia empecinada se las arreglaba como fuera para con el pretexto de visitar a su amiga Aurorita, llegar al estanquillo de la esquina, justo al momento de la llegada triunfante del equilibrista! y con una mirada de dos puños de piedad y ocho de codicia, atrapó de una, sin dejar siquiera que la levadura haga lo suyo, el corazón y el todo del joven Luis Zárate (su viejo) y para nosotros en adelante Tyronmex.
Mi abuela se llamaba Vito (al menos para mí y creo que para ella también) Es la figura más cálida y alegre de mis primeros años. Como quisiera verla de nuevo, y a mi viejo también, para apretarle las mejillas coloreadas y pedirle de nuevo el cuento de almendrita.
